Sunday 9 January 2011

McKenzie confronta la seducción

McKenzie confronta la seducción: http://thewaycmspanishpodcast.podomatic.com/entry/2011-01-09T05_42_29-08_00

McKenzie confronta la seducción

La fuerte lluvia golpeaba constantemente los escalones de la catedral convirtiendo el polvo en barro y a continuación lavándolo. En España y lloviendo – ¡no lo que estaba esperando! McKenzie se sentó bajo el toldo de un café situado a un lado de una preciosa plaza y absorto en sus pensamientos sorbió su café con leche. Normalmente habría saboreado ese momento mientras se entretenía en su pasatiempo favorito: observar a la gente; pero la plaza empedrada, que ahora estaba limpia y traicionera, estaba casi desierta.

McKenzie se fijó en el coche de caballos que esperaba en vano a los turistas. Como una estatua, la yegua alazana permanecía completamente inmóvil aparentando gozar de ese respiro y felizmente inconsciente del mal tiempo fuera de temporada. Tostado por el sol, el cochero gitano, permanecía sentado en el pescante envuelto en un poncho de plástico de un color brillante que recogía el goteo de su sombrero obscuro de ala dura, que a su vez protegía el cigarrillo de Ducados que ardía lentamente entre sus sardónicos y silenciosos labios.

¿Guardaría ella su cita? ¿Estaba molesto? McKenzie había desarrollado una innata fe en Dios que le daba la confianza para creer que no importa lo que pasara, todo obraría para lo mejor. ¿Estaba molesto? En absoluto. Sin embargo, cuando María López de las Flores apareció en la acera estrecha del otro lado de la plaza, su corazón emitió un latido de emoción. Había un aire de elegancia y sofisticación igual que con las dos hermanas que acompañaban a María dondequiera que iba.

McKenzie escrutó cada centímetro de ella cuando se le acercó. Su cabello negro azabache fuertemente echado atrás de su pálido rostro escultural; sus ojos obscuros como profundos pozos misteriosos, y sus labios ligeramente rojos, perfectamente complementados por su manto carmesí colgando meticulosamente de sus hombros echados atrás como la capa de un orgulloso matador después de una exitosa faena…. Ella desprendía confianza. Tendría que pisar muy cuidadosamente con ella.

Se puso de pie mientras llegaba. María cerró sus ojos avellanos ante la mirada azul de McKenzie. Ella extendió su mano para que el la recibiera. Tomando el guante negro de fina piel de becerro con la punta de sus dedos, se inclinó lentamente para besar su enguantada mano delicada y elegantemente perfumada.

“Encantado”, dijo McKenzie con una amplia sonrisa. “Gracias por venir”.
“El placer es mío”. La voz de María resonaba desde su diafragma como un tesoro que había estado oculto hasta ahora. Sus dientes brillaban aunque no había sol. Ella radiaba su propia luz.

“Tranquilo” musitaba McKenzie, convencido de que María podía leer sus pensamientos….

…Lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras, le obligó con la zalamería de sus labios. Al punto se marchó tras ella, como va el buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado…. (Proverbios 7:21-22)

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